16/7/11

Caer

Hoy tuve tantas ganas de tirarme desde el Marriott. Una última y grandiosa vista serían lo que adornaría mi caída. Sé que al lado se encuentra el Presidente y me pareció que este era mucho mas alto, pero no. No sería lo mismo. La letras rojas le dan un aire distinto. Una sensación abrazadora.

Solo camine alrededor de el hotel. Imaginando el miedo que sentiría si por alguna razón estuviera postrado ante tal vacío. Imaginar la caída me producía un terror increíble, pero tentador. El viento golpeando tu cuerpo. Lágrimas y sudor que surgirían sin que me diera cuenta siquiera. Orina que desafiaría las leyes de la gravedad, creando junto a los otros fluidos una estela de fantasía. Para llegar al final, y olvidar.

Me reí. Un pensamiento dramático. Era realmente remota la posibilidad de llegar a esa altura, a ese hotel en especial. Seguí caminando. Recordé en ese momento que no estaba solo, mi madre caminaba a mi lado. En la noche íbamos los dos recorriendo las calles llenas de luces artificiales en medio de la noche, que iluminan una zona igual de artificial. Sonreía para causar algún sentimiento agradable. De hecho lo sentía, caminar en la noche me produce una especie de gran alivio. Es un frío que abraza tiernamente el cuerpo.

Paramos frente a una vitrina donde se exhibían diversos tipos de trajes y vestidos. En la mirada de mi madre se encendió una ligera lucecilla, que brillaba débilmente. Señalo un par de zapatos. Sería tal su ceguera que alabó la belleza de un par de zapatos blancos, siendo que todos eran negros. Un par de zapatos que nunca podría tener. Negros como la noche que miraba, y se reía maternalmente de dos seres insignificantes. Seguramente así terminaría.

En medio de Masaryk, regresaron mis ganas de caer del Marriott...

15/7/11

Algo mas...

A veces simplemente escribes por escribir. A veces está la necesidad de sacar las cosas, plasmarlas. ¿Y por qué no? La necesidad de ser leído. ¿Depura? No lo sé, no me interesa. Hoy solo quiero escribir.




Hay momentos que se... No sé como decirlo... que se disfrutan. Pero no es solo disfrutar. Es algo especial, algo que va mas allá de un simple placer momentáneo, de una sonrisa, de un silbido. Algo que trasciende en las personas. Creo que para cada quien debe de ser diferente, o al menos no he puesto tanta atención en los demás con relación a este aspecto. Supongo que cada quien tiene sus momentos "especiales" en la vida. Los pequeños detalles que hacen que algo brille mas ante tus ojos que frente a los ajenos.

No pretendo creer que todos somos especiales y cada quien se fija en cosas distintas. Y espero que alguien comparta la simpleza del momento que eriza mi piel.

Hay una especie de mecanismo que hace que el tiempo se pare al estar con alguien. Un reloj que alarga el momento pero acorta las horas. Para mi este incomprensible evento ocurre siempre. Después de un abrazo... un beso...

Puede parecer simple, o tonto, pero es algo que puedo agradecer de la mayor parte de las personas con quien he estado, tanto en relaciones puramente sexuales como aquellas que implican un sentimiento mas profundo. Si bien he sufrido decepciones como el 100% de la gente, y decepciones que me han marcado por tontas que sean. Haciendo una corta remembranza de mi poca vida, he compartido mi cuerpo con gente increíble. O que al menos lo ha sido para mi en ciertos momentos y etapas.

No ha habido uno con quien no hubiera un escalofrío. Podría pensarse fácilmente en que esto reduciría mis encuentros a una misma categoría, no habría una jerarquía en ellos. Y siendo sincero amaría eso, la despersonalización, para satisfacer un ego idiota que haría mas fáciles las cosas. Pero no es así, todo ha sido diferente.

No es mi objetivo hablar de cada uno, como si fuesen trofeos marcados en mi piel. Solo quiero describir esa sensación que sigue resultandome tan única, a pesar de que aseguraría de que es la misma.

Todo empieza con una especie de neblina. Pero no una neblina física. Es mas bien como si te encontraras terriblemente solo, escondido entre celofán. ¡Eso es! Celofán... es como un regalo olvidado, del que ni tú te acordabas. Ok, estás escondido, atrapado, y lo sabes. Pero repentinamente dentro de esta niebla que consume aparece una mirada. Calor. Pero es un calor especial. Mucho mas rico que el que sientes una mañana fría cuando comienzan a invadir los rayos del sol.

Bueno, llega el calor y es inevitable sentir escalofríos, por contradictorio que parezca el calor arrastra un maldito aire gélido que recorre tu espalda, inicia en la nuca, paraliza tus brazos y termina en tu cadera, inmovilizando de la misma manera tus piernas. El maldito calor te envuelve. Ahora tu mirada está perdida. La luz se concentra solo en tus ojos, no ves mas allá de ella. El calor es ahora tu vista, pero no es solo eso. Tu cuerpo, tu cabello, tu pie... todo es parte del calor. Toca tu mano, tu rostro. Miras un par de ojos. Dos ventanas a un mundo que sabes que nunca vas a comprender, y aún así mueres por que te devoren.

En ese momento estás perdido. Eres esclavo, podrías esta frente al ente mas cruel y no importaría. En ese momento son solo uno. No lo arrastras, no se lleva una parte de ti... simplemente comprendes que son lo mismo.

Es esta conjunción, esta especie de abnegación activa lo que encuentro increíble, y quizá la forma en que lo intento describir no sea suficiente. Tal vez solo son un montón de palabras sin sentido, pero tal vez solo de esa forma se puede hablar de algo que carece de él.

26/6/11

Pequeño diario de un Arma (1)

Simplemente me transformé, desde hace unos días soy un arma, de cierta forma es peligroso estar conmigo. Cada historia supongo que es diferente. Ya sea el deseo subconsciente de decaer poco a poco a causa de la pólvora que circula en nuestro ser, o un simple accidente donde tu cuerpo se interpone en una bala perdida que se termina asimilando con los mismos resultados. El veneno recibido tiene el mismo fin.

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¿Para qué se crea un arma, sino para matar? Al menos eso es lo que pensaba, pero ahora que yo soy el arma... Lo menos que quiero es hacerle daño a alguien más. Es graciosos pensar que el gozo mas grande para algo en esta condición, su función máxima, el disparar, algo que nos debe brindar placer, sea lo mismo que acabe con otros.

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Sigo sin comprender bien el funcionamiento de todo este mecanismo, lo más parecido son esas estúpidas películas de zombies... pero ni siquiera esa ficción se compara. Me pregunto si los monstruos se crearon para hacernos ver que nuestra realidad no es tan mala, que podríamos estar peor... Imaginen a un ser cualquiera, tu amigo, tu hermana, tu papá, tú. Están jugando tranquilamente con su "Arma", claro sin saber lo que ésta puede hacerles. Y de repente, se dispara. La bala penetra en sus cuerpos. Uno podría pensar que traspasaría la materia, que las leyes de la física, todas esas mentiras de la energía cediendo ante energía y convirtiéndose en algo mas, aplicarían en esta ocasión. Pero estas balas no traspasan, no hieren. Solo se depositan cómodamente en las personas, las convierten en armas. Llenan de pólvora su sangre, llenan de dióxido de carbono sus pulmones, mercurio sus lágrimas. Es un nuevo organismo. Y la energía vital se desvanece con el paso del tiempo, dejando lo orgánico por algo sin vida. Hay algo peor que los vampiros y los zombies...

21/4/11

Cuento (1)

Simplemente desapareció.

Serían las 8 de la mañana cuando la familia Ibañez tomaba su desayuno.
-Como siempre, todos nos habíamos levantado temprano- decía la señora Gabriela Ibañez con lágrimas en los ojos.
Huevos revueltos con jamón, pan tostado, jugo de naranja, café o leche. Lo de siempre. Julián Ibañez y los hijos Dalia e Ícaro Ibañez,como era su costumbre, comían lo preparado de manera mecánica.
-¿Qué esperaban que hiciéramos? Si siempre preparaba los mismos malditos huevos, yo estaba harto, supongo él también- gritaba años después Julián Ibañez a sus compañeros de trabajo en medio de una cantina, ya ebrio, con el cuerpo vacío. Pero ese día, Julián permanecía ahogado en las letras del diario matutino, que mostraba los catástrofes del día a día sin que él imaginara que dentro de poco nadaría por las páginas amarillas que ahora le parecían tan absurdas. Repentinamente echaba miradas a los tres comensales que asistían a su banquete. Porque era suyo, su momento del día, de nadie más. Donde todos le servían sin esperar nada a cambio mientras el gozaba con su tiranía.
- Pásame los frijoles - ordenaba fríamente a Dalia, interrumpiendo al tenedor que planeaba graciosamente hacia los labios de la joven. -¿Ya está el café?- gritaba imperativamente a la señora Gabriela Ibañez, que feliz por llegar a tomar asiento y comenzar a disfrutar de sus creaciones, después de servir a sus criaturas, tenía la obligación de responder ante semejante orden. -Sírveme mas jugo- e Ícaro, evadiendo los obstáculos que se interponían entre el y la jarra rosada, estiraba a mas no poder su brazo apenas rozando el asa, haciendo un esfuerzo por acercarla mentalmente, solo para que su padre interrumpiera sus intentos, agarrando el jugo que estaba a menos de tres vasos de distancia de el señor de la casa. Se servía el jugo, y exclamaba lo mismo de todos los días, -Son una bola de inútiles- levantaba su pesado cuerpo, monte de carne y huesos, y salía de la cocina.

Al rededor de las 9:30, quizá acercándose mas a las 10, Gabriela Ibañez prendía el boiler, para calentar el agua que la despertaría totalmente ese sábado en la mañana. Sin su baño no era nada, sino un autómata. No entendía como era posible que cada sábado, cuando ella salía a comprar pan, sin que la luz del sol saliera completa aún, se encontrara siempre a su hija llegando campante y sin señal de agotamiento. Su maquillaje corrido, el cabello transformado en el mas vil nido de ratas, y siempre con una prenda distinta de las que llevaba puesta la noche anterior. Su cuarto era ya un museo de prendas, de estilos disonantes que cada Sábado adquiría una nueva pieza que contrastaba con lo ya contrastante. Dalia, sonriendo, se acercaba a su madre, ésta esperaba siempre el aliento agrio del alcohol, o el rugoso aroma del tabaco en el cuerpo de su hija. Pero nunca lo encontraba, conservaba el mismo aroma a jacaranda que desde nacida impregnaba el aire que acariciaba su cabello. Nunca había nada que recriminarle. Salvo las siempre presentes lágrimas puestas en evidencia por el rimel que la noche anterior habían escurrido por las mejillas de Dalia.
-Las lágrimas de una mujer nunca se cuestionan- pensaba Gabriela, al ver cada sábado en la mañana a su hija. Viajaba entre las memorias de su adolescencia, en las lágrimas de su hija veía sus lágrimas pasadas, sus desamores, al primero y al único, a Javier.-Al único que nunca olvidaré... después de mi marido claro está- se apuraba a rectificar.

A las 10:30, habiendo terminado en silencio algunas tareas domésticas y sin intercambiar ni una simple letra, Dalia e Ícaro se retiraron a su respectiva habitación. Parecían tener su propio pequeño espacio, kilométricamente separados entre sí y del resto de la casa. Eran espacios únicos y aparentemente independientes de todo lo que ocurría en el resto del mundo. Dalia, en el fondo del pasillo giraba ala derecha, abría una enorme puerta blanca que poco reflejaba el caos que reinaba dentro del lugar. Dentro de aquel cubo perfecto solo se encontraban dos cosas, una cama antigua de caoba, siempre bien arreglada con sábanas color de nieve; y el desorden. Al entrar, Dalia se quitó el terrible suéter gris que la envolvía, y dejó al descubierto una blanca camiseta holgada. Siempre vestía de blanco. Realmente no sabía porqué, pero sentía el deber de hacerlo. Su madre, siempre le recriminaba tal hecho.
-¿Porqué siempre de blanco Dalia? Tus ojos negros espantan- Eran dos soles negros, en medio de un cielo níveo. No le servía que el blanco remarcaba lo pálido de su rostro y marcaba sus venas como ríos de lluvia en un desierto de sal. No le favorecía, pero era feliz haciéndolo.
-Eres como tu abuela. Siempre con esa necia falta de calor- Dalia no recordaba a su abuela, pero tenía un retrato de ella sobre su cama. Esa pequeña sección de su cuarto era lo único que no parecía tener sentido, recordaba a una escena en blanco y negro de alguna antigua película, donde una mujer, cuyos ojos no envidiaban al negro profundo, era la única protagonista. Dalia no recordaba a su abuela, en verdad no lo hacía, pero esa foto ambigua, llena de contradicciones cromáticas le hacía sentir una inmensa alegría. Ella quería convertirse en esa mujer. Ese recuerdo era su santuario. Ahí estaba ella, viviendo el blanco y el negro en una televisión technicolor. En medio de un mundo de desorden donde todo le obligaba a seguir ríos, corrientes, donde al final,como cardumen de sardinas, se estancaban estáticas en un orden ilógico, bello, pero realmente ilógico.

15/3/11

El Beso

HOMBRE
MUJER

Todo ocurre en un peñasco abarrotado de flores. Luz tenue.

Entra HOMBRE agitado,como escapando de algo. Cae en el piso, y recupera su aliento.

HOMBRE: (Desesperado) Tienes que llegar, antes de que amanezca debo verte.

HOMBRE permanece en el suelo. Se escuchan pasos, voltea asustado, entra MUJER cubierta con una capa amarilla. Ambas figuras se miran fijamente. Demuestran una gran sorpresa y una pasión contenida ante el encuentro. MUJER se acerca, descubriendo su cabeza, rodeando a HOMBRE que no deja de mirarla y lentamente bajando la capa para revelar unos hombros desnudos. Se hinca al lado de HOMBRE. Contienen el contacto, se acercan casi rozándose pero sin llegar a tocarse, mientras miran el cuerpo del otro. MUJER coloca su brazo derecho alrededor del cuello de HOMBRE, tapándolo con su capa. Hombre con su mano izquierda acaricia el cabello de MUJER y con la derecha toca su rostro. MUJER con su mano izquierda trata de contener a la mano derecha de HOMBRE pero lentamente cede. HOMBRE besa la mejilla de MUJER.

Lentamente se ilumina la escena. Cuando se ven completamente los cuerpos y el beso, ambos personajes se envuelven en la capa amarilla, desapareciendo en ella, dejando solo un bulto cubierto de flores en una escena con luz de amanecer.

Fin

10/1/11

No pertenezco

Mis pasos no suenan
No crean un eco que muere casi al instante
El agua de la lluvia no empapa mi piel
Y el gélido aire atraviesa lo que alguna vez fue mi cuerpo

Mi voz se encuentra con tus oídos
Que se empeñan en buscar el susurro de una sombra
Restos imperceptibles de mi ser
Me deshago a la par que el humo de tu cigarro