Insomne

¿Y si algún día todos se fueran? Cuando pasaran las horas y simplemente escuchara el sonido de las manecillas avanzando en el cuarto de al lado. Entonces sabría que estaba solo. Pero siempre lo estuv, siempre supo que no pertenecía a esas cuatro paredes amarillentas, al desorden del cuarto, nunca perteneció al sofocante vapor de la cocina ni al aroma de guisos de arroz y especias. No pertenecía a esa mesa de cinco sillas donde se repetían día a día las mismas palabras, y él en su asiento, siempre vacío, perdido. Entonces, si no le correspondían los abrazos, los gritos, las lágrimas y las mentiras, ¿Qué era?

No cabía su cuerpo en el enorme jardín de su tío, ni en el futuro de sus familiares. No tenía lugar en ninguna de las bocas que alguna vez pronunciaron su nombre, ni el los labios con lo que intercambió su aliento. No fué ni en las risas de cada mañana o en sus mundos de fantasía, ya carentes de espacio, donde encontraría descanso. ¿Entonces, qué sería de todo? Miraba al cielo y quería pegarse alas de papel, subir hasta la última nube, ir mas allá, alcanzar el Sol, hasta que calor quemara su rostro, quemara sus alas haciéndolo caer, acabando con su ser.

Regresa a la realidad, caminando por la calle casi arrastrando los pies. Carga como siempre una bolsa llena de instrumentos sin importancia, mete su mano al bolsillo y saca una llave. Ruega porque esa llave no entre por el cerrojo de la puerta azul que diariamente devora sus sueños, ruega por que la llave no entre, y entonces así, pueda buscar la puerta real. La que se abrirá no con una llave ni con un golpe, solo con el soplo de su boca, el lugar donde él debe estar.