No fué difícil dar un paso fuera de ese lugar. La mejor sensación que tuve desde hace días. Frente a mi había un auto esperando, un taxi. El conductor bajó y tomó la pequeña maleta que estaba junto a mi para meterla en la cajuela. No me despedí de nadie, no dije nada, solo subí al auto. Dentro el conductor preguntó hacia donde nos dirigiamos, no tenía idea, no tenía nadie con quien ir, familia, amigos, nada. Solo contesté que me llevara a un lugar donde pudiera pasar la noche, no importaba, de cualquier forma no podría pagar, pero debía moverme a algún lado. El trayecto duró aproximadamente una hora, durante la cual no hubo mas intercambio de palabras, solo gruñidos que emitía el conductor cada que aclaraba su garganta, cada que cambiaba el radio de estación, cada que topabamos con algún otro auto que estorbaba su paso. Entramos a una ciudad, y cinco minutos después me encontraba frente a una casa pequeña, con una gran puerta de madera. Por lo que me dijo el conductor, era una especie de hostal, donde todos los pobres diablos como yo podrían alquilar un cuarto. Después solo mencionó que la tarifa del viaje estaba pagada y me deseó suerte. Era lo que mas necesitaba en este momento, y pareció sufuciente el deseo de aquel hombre para que viniera a mi. Por costumbre metí las manos en los bolsillos de mi pantalón, y justo ahí, en el boslillo derecho, se encontraba el pequeño papel que encontré la noche anterior. Un número telefónico.
La puerta del lugar estaba entreabierta, y daba a un pasillo, en cuyo fondo se podía observar una especie de patio. A lo largo de este se veían algunas puertas, seguramente las habitaciones. La primera tenía un pequeño cartel pegado, "Habitaciones disponibles: Toque aquí". Lo hize, y casi de inmediato abrió una chica. Apenas sería mayor de edad, de cabello rizado completamente negro, y una piel demasiado clara. Me miró con bastante curiosidad, quiza por mi aspecto desaliñado, preguntó si quería una habitación. "Únicamente quería ver si podrían prestarme un teléfono, necesito llamar a un amigo y no tengo forma de contactarlo". La chica rió. Y, esperando yo una respuesta negativa, me sorprendí con la facilidad en que me respondía "Claro, pasa...". Se hizo a un lado para dejarme entrar al cuarto donde se encontraba. Pasé algo nervioso, costumbre que tuve desde siempre al entrar a algún lugar desconocido. A diferencia del pasillo de aspecto descuidado, la habitación mostraba un bello diseño, combinado perfectamente con una enorme ventana que mostraba una calle adornada por grandes arbustos y paredes de ladrillos rojos. Me acerqué inconscientemente, otra de mis costumbres, y la chica volvió a reir. "Es muy linda la vista, pero solo por estas fechas. Cuando es invierno y las flores se marchitan... no sé, es triste, mas si estás sola". No contesté, no estaba muy interesado en comenzar una plática. "Me llamo Montserrat...", la miré pero seguia en silencio. Sus ojos esperaban una respuesta, conocer mi nombre, pero solo interrumpí sus deseos. "El teléfono...". "Cierto, está ahí, en la mesa junto a la ventana." Inmediatamente lo tomé, continuaba con el trozo de papel en mi mano, pero ahora estaba completemente arrugado. Lo desenvolví. Aún era entendible el número. Tomé el teléfono, y lentamente presioné cada uno de los botones, estaba nervioso. Terminé de marcar, silencio, timbre, silencio, timbre..."¿Bueno?". Era su voz, no sabía que responder..."¿Simón?"...Si, ¿quién habla?"..."Soy...yo", respuesta de lo mas estúpida, pero pudo entenderme. "Sabía que hablarías, no te quedaría otra opción". Comenzó a reirse, yo no encontraba el lado gracioso a sus acertadas predicciones sobre mis actos. "¿Dónde estás?", di la descripción del lugar, y pregunté a Montserrat la dirección. "Se donde es, pero tendrás que esperarme hasta la noche, nos vemos", no dejó responder, solo se escuchaba a través de la bocina el mismo ruido repitiéndose una y otra vez.
"Puedes esperar aquí" dijo Montserrat cuando le dije sobre la llamada que acababa de hacer. "Es mejor pasar la tarde con alguien". Contuve mi risa ante el tono de víctima con que escapó de su boca la última frase. Era tonto pensar que una mujer como ella, pensara en la soledad. Era jóven, tenía el cuerpo y el rostro necesarios para atraer a cualquiera, su mirada inocente también era atrayente. "Cuéntame sobre ti", rompió el silencio incómodo que se estaba formando, tomamos asiento en un sofá frente a la ventana. Le hablé sobre mi estancia en el hospital, y de una manera bastante superficial lo que aconteció antes. Cuando terminé me abrazó, de una maera sincera, fuerte, no dijo una sola palabra, simplemente lo hizo. No sabía como responder, solo recargué mi cabeza en su hombro. Mi rostro daba de frente a la ventana, el ambiente comenzabaa volverse color rosa. Los ladrillos de las paredes en la calle tomaron un tono rojo intenso, que contrastaba con el verde oscuro de las hojas de los arbustos, pero que era completamente opacado por el tono violeta que surgió en las flores. Terminaba la tarde. Se separó un poco de mi, miró un reloj que se encontraba sobre la ventana. "Espero a alguien, pasará por mi en unos minutos... pero puedes quedarte en la casa hasta que llegue ese amigo tuyo". Se levantó del sillón y camino hasta entrar en un cuarto. Seguí mirando la ventana, pasaba gente, parejas tomadas de la mano, hombres solitarios caminando junto a sus mascotas, mujeres que paseaban con niños, todos tendrían un rumbo, o eso parecía... ¿Qué me hacía pensar que encontraría un rumbo si caminaba junto a Simón? ¿Por qué le había llamado? Pude haber seguido otros caminos pero había elegido ese, tendría que descubrirlo en un par de horas. Montserrat salió de la habitación, resaltaba mas su figura con el vestido azul que traía puesto. Al igual que la vista de la ventana, su imágen parecía un sueño. Su mirada inocente contrastaba con esa figura que todo hombre desearía, pero era completamente opacada por su sonrisa, sus labios. Se sentó de nuevo junto a mi, me miró directamente a los ojos, no hablabamos, ella solo sonreia, yo temblaba ante su imágen. Comenzaron a atraerse nuestros rostros cual polos opuestos, cada segundo se alargaba, como si el tiempo no deseara que ocurriera aquella colisión. Tocaron a la puerta. Regresamos a la realidad, solo la luz de la calle iluminaba nuestros cuerpos a través de la ventana. Me miró aún mas sonriente y se paró inmediatamente a prender alguna luz y abrir la puerta. Yo tenía miedo, seguía temblando. Pero reaccione al momento en que el cuarto se iluminó, parecía un lugar distinto a aquel donde pasé la tarde, mas triste, lúgubre. Solo vi a Montserrat entrar junto a un hombre mayor que ella. "¿Ahora te dedicas a cuidar niños?", ella solo continuaba sonriendo. "¿Nos vamos?", ella asintió con la cabeza. El hombre desapareció por la puerta, Montserrat lo siguió por el pasillo con la mirada unos segundos, luego volteo a verme, sonreía, pero ahora era distinta, se había transformado al igual que la habitación. Sus ojos eran tristes, ya no cargaban ese color de ensueño que tuvieron en la tarde, eran blancos igual que la Luna. Creo que se dió cuenta que noté su cambio, porque ahora su risa parecía forzada. Acercó una mano a sus labios, beso uno de sus dedos, y sopló, pretendiendo que así llegaría el beso a mí. "Estas en tu casa, vuelve cuando quieras". Cerró la puerta. Regresé a mirar por la ventana, no entendía porque temblaba. Pasaron Montserrat y aquél hombre frente a mí, reían. No quise estar mas en la casa, salí del cuarto de Montserrat al pasillo que daba a los otros cuartos, y luego directo a la calle, dejé la perta entreabierta, justo como la había encontrado y me senté frente a ella.
Tenía frío, hacía demasiado aire, en esta calle también estaba los arbustos con flores y las paredes de ladrillo, pero parecían deformadas, no era la misma imágen. Pasó una ráfaga de viento que arrancó varios petalos y hojas de las plantas. Todo era diferente cuando caía el sol, triste, solitario. De repente un carro se interpuso entre el paisaje y mi vista. Bajaron la ventanilla y descubrí un rostro conocido, permanecía igual, no había cambiado con la noche, Simón.
